Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en la ciudad cubana de Puerto Príncipe (actual Camagüey). Hija de madre cubana y padre español —del que quedó huérfana en su infancia—, la posición social de su familia le permitió cultivar su interés por la lectura y la escritura.

En 1836 se trasladó con su familia a España en un desplazamiento que fue interpretado por la propia autora como una amarga “expatriación” (Ezama, 2011: 325) y se asentó en un primer momento en La Coruña y, posteriormente, en Sevilla y Cádiz donde dio a conocer sus versos que firmó con el pseudónimo de La Peregrina. En 1840 se estableció en Madrid y escribió poemarios —Poesías (1841)—; novelas —Sab (1841) o Espatolino (1844)—; dramas —género que le dio una significativa notoriedad: Munio Alfonso (1844), El príncipe de Viana (1844), Saúl (1849), La verdad vence apariencias (1852) o La Aventurera (1853), entre otros— y comedias —Oráculos de Talia o los duendes del palacio (1855) o Los tres amores (1858)—. Asimismo, colaboró con Semanario Pintoresco Español, concibió artículos para El Álbum del Bello Sexo, publicó textos como “Variedades. Impresiones de viaje” (1857) en El Estado y asumió la codirección, junto con Miguel Ortiz, de la revista La Ilustración. Álbum de las Damas. En 1853 se rechazó su ingreso en la Real Academia Española de la Lengua, hecho que provocó que redactase algunos escritos acerca del valor de la aportación de las mujeres. En este sentido, en 1860 vio la luz el artículo titulado “La mujer considerada particularmente en su capacidad científica, artística y literaria” en el que expresó la importancia de las mujeres en el ámbito de las artes en los siguientes términos:

“Desde la más remota antigüedad vemos á [sic] la mujer dando muestras de que nació dotada del instinto artístico, que habia [sic] de salvar al cabo cuantas murallas se le opusieran. Las musas mitológicas eran, probablemente, apoteósis [sic] de mujeres ilustres de los primeros tiempos, iniciadoras de las artes; pero sin necesidad de recurrir á [sic] hipótesis, sabido es que —segun [sic] respetables opiniones— se debe á [sic] una mujer la invención de la pintura; que otra ha puesto las bases de la primera sociedad de bellas artes, estableciendo los juegos florales…” (Gómez de Avellaneda, 1871: 304).

En el terreno personal, tras haber tenido una hija con el poeta Gabriel García Tassara, Gómez de Avellaneda se casó en 1846 con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid, quien falleció unos meses más tarde. Superado un período de inmensa tristeza, la autora volvió a mantener una relación amorosa con Ignacio de Cepeda, a quien había conocido en su etapa sevillana y a quien había dirigido una serie de misivas privadas que se acabarían publicando tiempo después en la edición Autobiografía y cartas. En 1855 contrajo matrimonio con el coronel Domingo Verdugo y Massieu y marchó con él en 1859 a Cuba. En su país de nacimiento la escritora fundó El Álbum Cubano de lo bueno y lo bello. Revista quincenal de moral, literatura, bellas artes y modas dedicada al bello sexo.

En 1864 regresó a España donde murió en 1873. Su nombre fue muy reconocido en el campo cultural de su época y frecuentó destacados círculos intelectuales. Su personalidad fue captada por el pintor Federico de Madrazo en un retrato realizado en 1857. En este cuadro, que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano, Gómez de Avellaneda, con la cabeza alta y la mirada directa, continúa interpelando a los espectadores hoy día.

MAE, Irene García Chacón, octubre 2024. DOI: 10.26754/mae1803_1945