“Las mujeres han concurrido, no sin lucimiento, a la Exposición. Las bellas flores de Fernanda Francés, las frutas tan verdaderas y apetitosas de María Luisa de la Riva Muñoz, sostienen el pabellón feminista, si he de juzgar por las muestras, que ya conozco, del talento de estas pintoras españolas. Y sin salir del terreno en que me encuentro, no pierdo la ocasión de felicitar a los pintores que, según noticias, han tenido estos días un rasgo de dignidad y de probidad, al interesarse en que sea admitida a oposiciones para la pensión de Roma una señorita, sobrina de Pradilla, a quien se trataba, en las esferas oficiales, de excluir por razón de su sexo, interpretando a la chinesca ciertos artículos del reglamento que vedan la presencia de mujeres en la Academia de Roma” (Pardo Bazán, 1901: 314). Así, vital y contundente, se expresaba Emilia Pardo Bazán en su sección titulada “La vida contemporánea” que publicaba cada quince días en las páginas de La Ilustración Artística. Sus palabras, que aúnan su interés por el feminismo y por la pintura, revelan dos temas sobre los que escribió con asiduidad a lo largo de su prolífica trayectoria. Y es que, además de ser una figura clave del naturalismo español y de contribuir a la renovación de la literatura con novelas como Los pazos de Ulloa(1886) o La madre naturaleza (1887), dedicó particular atención al arte a través de contribuciones periodísticas, crónicas o críticas. Tampoco debemos olvidar que acudió con frecuencia a contemplar obras in situ, tuvo contacto con pintores de la talla de Joaquín Sorolla —quien la retrató en 1913— y se relacionó con coleccionistas como José Lázaro Galdiano.

Nacida en el seno de una familia hidalga gallega, Pardo Bazán cultivó la lectura y la escritura desde su adolescencia. Su formación se vio enriquecida con estancias en Madrid y en París. En 1868, año de la Revolución, contrajo matrimonio con José Quiroga de Deza y en 1876, año del nacimiento de su hijo Jaime, comenzó a adquirir presencia en el campo cultural gracias a la publicación de Estudio crítico de Feijoo. En 1880 vio la luz su primera novela, Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina, y asumió la dirección de Revista de Galicia. Su relación con la prensa y las publicaciones periódicas, que tanta importancia tenían en la época, fue constante, enérgica y relevante a lo largo de su trayectoria como lo atestiguan, además del proyecto Nuevo Teatro Crítico —fundado y dirigido por la autora—, sus colaboraciones en La Época, El Imparcial, La España Moderna, La Ilustración Artística, El Heraldo de Madrid, La Ilustración Española y Americana, El Liberal, La Lectura, Diario de la Marina de La Habana o La Nación de Buenos Aires. En muchas de estas páginas el arte, que tanto importó y deleitó a Pardo Bazán, tiene un sustancial protagonismo. Así, encontramos reflexiones mordaces sobre las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, las casas de subastas, los museos o el público. Aunque trató aspectos relativos a la arquitectura, la escultura o las artes decorativas, tuvo predilección por la pintura. Entre los pintores a los que destina su pluma hallamos a Velázquez, Rubens, Goya o El Greco, acerca del que diserta, por ejemplo, en su “Días toledanos”, texto publicado en la revista Nuevo Teatro Crítico. También manifestó su opinión acerca de expresiones estéticas más novedosas. Es el caso del cine sobre el que versa el artículo “De películas” que vio la luz en un número especial de La Esfera.

Artistas, obras, salones y monumentos están muy presentes en sus crónicas de viaje. En una etapa incipiente del turismo, sus escritos en torno al arte tuvieron mucho que ver con las experiencias del viaje. Sus impresiones sobre algunos de los lugares que visitó en su país natal fueron recopiladas en el libro Por la España pintoresca: viajes (1895). Asimismo, Pardo Bazán recorrió diferentes ciudades europeas. Con ocasión del jubileo sacerdotal de León XIII en Roma trabajó para El imparcial con observaciones que, posteriormente, reuniría en Mi romería (1888). La España Moderna la envió a París con el fin de que realizara reportajes sobre la Exposición Universal de 1889 y El Imparcial hizo lo propio para la de 1900. Sus crónicas se recopilaron en los volúmenes Al pie de la Torre Eiffel (1889); Por Francia y por Alemania (1889); y Cuarenta días en la Exposición (1900). El libro Por la Europa católica (1902), por su parte, recoge sus periplos por Bélgica y Holanda.

En el contexto de las artes debemos hacer también mención de su actividad de oradora. En el Ateneo de Madrid, del que fue la primera mujer miembro, dictó conferencias como Goya y la espontaneidad española en el marco de un ciclo celebrado en 1906 o El abanico como objeto de arte, que tuvo lugar en 1913 tal y como como quedó reflejado en diferentes reseñas de prensa publicadas en El Día o en La Época.

Su actividad profesional, que no estuvo exenta de polémica, recibió reconocimiento y atención mediática como demuestra que multitud de periódicos recogieran la noticia de su fallecimiento acaecido en mayo de 1921.

MAE, Irene García Chacón, agosto 2024. DOI: 10.26754/mae1803_1945