Laurencin, Marie
París, 1883 – 1956
La inclasificable personalidad artística de Marie Laurencin ocasionó durante décadas su infravaloración por parte de un sector de la historiografía artística, que le otorgó el papel de musa de sus colegas masculinos, de testigo pasivo de la escena artística parisina y que valoró su obra a través de prejuicios que la encuadraron dentro del denostado arte femenino. Actualmente es una de las artistas más apreciadas y atractivas de las primeras vanguardias.
Laurencin, Marie
La inclasificable personalidad artística de Marie Laurencin ocasionó durante décadas su infravaloración –cuando no el olvido- por parte de un sector de la historiografía artística, que le otorgó el papel de musa de sus colegas masculinos, de testigo pasivo de la escena artística parisina y que valoró su obra a través de prejuicios que la encuadraron dentro del denostado arte femenino. Actualmente es una de las artistas más apreciadas y atractivas de las primeras vanguardias.
Su carácter inconformista, que le impulsó a dedicarse al arte contra la opinión de su madre, desarrolló en ella un espíritu abierto y libre que se apartó de los modelos tradicionales establecidos para las mujeres. Como artista se nutrió de su curiosidad inquieta, que le llevó a crear una obra polifacética, independiente y basada en un eclecticismo cosmopolita.
Comenzó su formación como pintora de cerámica en la Escuela de Sèvres y entre 1902 y 1904 acudió a las clases nocturnas y gratuitas para las mujeres que ofrecía la Académia Humbert, donde conoció a Braque y a Picabia. Entre sus maestros destacó a la diseñadora de moda Madeleine Lemaire, al grabador Louis Jouas-Poutrel y, especialmente, al Museo del Louvre adonde acudía regularmente desde 1901 para aprender no sólo de los grandes maestros, sino de la cerámica islámica, de las miniaturas persas o del arte decorativo rococó.
Desde 1904 a 1914 Marie Laurencin desarrolló una intensa trayectoria creativa vinculada a los movimientos de vanguardia, especialmente al cubismo y fauvismo, relacionándose con Picasso, Braque, Delaunay o Apollinaire, con quien mantuvo una tempestuosa relación sentimental. Expuso en los Salones de los Independientes y en las galerías de los prestigiosos marchantes Henri Pierre Roché y Clovis Sagot, logrando éxito entre coleccionistas como Jacques Doucet o Gertrude Stein. A pesar de que Apollinaire la bautizó como “Notre Dame du Cubisme”, la obra de Laurencin se apartaba de la ortodoxia cubista, tratando iconografías ajenas a este movimiento y fusionando elementos procedentes del fauvismo, del arte naif y la pintura oriental. Prueba de su estilo personal e independiente es la serie de grabados que realizó en 1904 sobre Las Canciones de Bilitis, en la que recrea los poemas lésbicos narrados en el libro.
En 1914 contrajo matrimonio con el barón alemán Otto von Wätjen, sorprendiéndoles el estallido de la I Guerra Mundial en su viaje de bodas, lo que determinó que la artista viviera exiliada en diferentes países europeos durante siete años. Entre esos países, destacó especialmente España por la influencia que dejó en la evolución de su pintura.
Su residencia en Madrid le permitió visitar el Museo del Prado y aprender de maestros como Velázquez, Zurbarán, Ribera y, sobre todo, de Goya, único maestro que la artista reconoció. En este momento, su pintura se llenó de majas goyescas, de damas con abanicos y con mantillas, como se advierte en las versiones que realizó de los grabados del maestro zaragozano. Durante su estancia española también vivió en Málaga, integrando en su obra “delicadas fantasías, un poco andaluzas” –como las describió la crítica-, y en Barcelona. El exilio forzado que vivió la artista en estos momentos produjo obras como La prisionera (1917) en la que una joven –autorretrato simbólico- se encuentra encerrada por un tejido entramado similar a las mantillas, elemento tomado de la pintura española.
En 1921, divorciada del barón von Wätjen, regresó a París, convirtiéndose en una de las artistas más solicitadas por el coleccionismo de los “Felices 20”; el éxito que obtuvo en la Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industriels Modernes de 1925, cuya intervención en el Salon de l’Ambassadrice fue considerado como “l’idéal du goût français”, la convirtió en artista de moda, con presencia envistas como Vogue y Vanity Fair. Su pintura simbolizaba plenamente la exquisitez y sofisticación del Art Dèco y sus representaciones de hermosas e impasibles figuras femeninas, en las que potencia la sensualidad, la ambigüedad y el decorativismo basado en arabescos, marcaron un estilo personal que fue definido como “essentiellement féminin. Il [Laurencin] possède même une féminité exacerbée et quasi-maladive ”.
La excepcional acogida de su obra por parte del coleccionismo le llevó a retratar a las mujeres más influyentes de París -Coco Chanel, Helena Rubinstein, Madame Paul Guillaume, Charlie Delmas-, imbuidas del espíritu elegante, esnob y exótico del Art Dèco, para lo cual introdujo motivos procedentes de la pintura española –La Baronesa Gourgaud con mantilla-. De forma paralela a estos encargos, sus pinturas crearon un universo misterioso ocupado exclusivamente por jóvenes rubias de fisonomías evanescentes y actitudes afectuosas. La obra Mujer muestra estos rasgos de su etapa de madurez, en la que combina la captación de lo esencial y la representación depurada de la realidad con el exquisito decorativismo de las líneas onduladas y la sensualidad de las tonalidades pasteles.
En 1956, tras la ejecución de una serie de veinte obras inspiradas en la poetisa Safo, Marie Laurencin falleció en París, a consecuencia de una afección cardíaca.
MAE, Magdalena Illán Martín, 2014
1904-1914. Expuso en los Salones de los Independientes y en las galerías de los prestigiosos marchantes Henri Pierre Roché y Clovis Sagot, París. 1925. Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industriels Modernes, París.
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