Minguillón Iglesias, Julia
Lugo, 1907- Madrid, 1965
Pintora lucense que cuenta con el privilegio de ser la única artista femenina con una primera medalla de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, es una de las creadoras importantes del panorama artístico gallego del siglo XX. Destacó especialmente por sus retratos y grandes composiciones con figuras.
Autorretrato de prometida, 1939. Museo Provincial de Lugo.
Minguillón Iglesias, Julia
Julia Minguillón pertenecía a una acomodada familia gallega. Era la mayor de cuatro hermanos. Su padre era farmacéutico, y despachaba en la pequeña localidad de Vilanova de Lourenzá (Lugo), donde Julia pasó su primera infancia. Recibió una buena educación en Burgos, donde se trasladó a los 9 años a vivir con sus tíos, y después en Valladolid, con 11 años. Su capacidad para el dibujo fue advertida tempranamente y ya en la ciudad del Pisuerga asistió a sus primeras clases de formación artística.
En 1923, cuando contaba diecisiete años, regresó a Lugo. Fue entonces cuando pintó su primer cuadro, el Retrato de Cascarilla, un vendedor de periódicos de la zona. La pintura se exhibió en un comercio local y suscitó interés, lo que le facilitó la obtención de una beca de la Diputación Provincial para ir a cursar estudios a la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de San Fernando en Madrid, donde obtendrá el título de profesora de dibujo. Allí coincidió con otras artistas, como su paisana Maruja Mallo, y pudo conocer la actualidad de la creación plástica de la capital, que se movía entre un amplio y variado realismo y el incipiente surrealismo.
El trabajo de Julia Minguillón indudablemente debe asociarse con la primera de esas tendencias. La pintora trabajaba sobre una sólida base de dibujo y construía sus composiciones aplicando una correcta y depurada perspectiva. Así se aprecia en una de sus obras más señaladas de estos años: Jesús, Marta y María. Se trata de la una de las dos pinturas que la artista presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934, siendo la segunda El caracol. Jesús, Marta y María obtuvo una tercera medalla en la Exposición y generó numerosas reseñas positivas en prensa por parte de la crítica especializada. Los expertos destacaban la emoción de la obra y alguno la consideraba “un acierto de escena evangélica” (Fornet, 1934, Estampa). La obra, de grandes dimensiones como muchas de las composiciones de Minguillón, muestra un esquema compositivo equilibrado, donde las figuras ataviadas con largas túnicas transmiten serenidad y se ubican en un espacio sencillo y cotidiano presidido por un nicho que acentúa la profundidad y un vano a través del que se contempla el paisaje lejano, un género que la artista cultivará habitualmente a partir de la década siguiente.
Hacia mitad de los años 30, poco después del éxito de la Exposición Nacional, el estilo de la pintora se va reafirmando. La mayor conocedora de su obra, María Victoria Carballo-Ramos, establece a partir de 1936 el comienzo de la etapa decisiva de la producción de la pintora gallega, cuando ya ha superado su formación y se consolida como artista.
En el tiempo en que tuvo lugar la Guerra Civil, Julia Minguillón abandonó Madrid y se instaló en la casa familiar en Vilanova de Lourenzá. De ese periodo data su obra Bordadoras de flechas, en la que dos mujeres, acompañadas de dos niñas, bordan sobre tela las flechas y el yugo del símbolo de Falange. La escena es reposada, como viene siendo habitual en la obra de la artista, y se desarrolla en el interior de un hogar presidido por el retrato de José Antonio. La presencia de alusiones directas a Falange en el cuadro, y la vinculación al partido del que fue su marido a partir de 1939, el escritor y periodista Francisco Leal Insua, ha relacionado a la pintora con esta ideología a pesar de que ella no se significara políticamente. Posiblemente esta circunstancia haya influido en el olvido historiográfico de la artista dentro del acervo de pintores gallegos del siglo XX, además de, como apunta María Fidalgo, la apuesta por una vida tradicional y por un lenguaje artístico de corte clásico (Fidalgo, 2014).
Después de contraer matrimonio Julia Minguillón acompañó a su marido allí donde él fuera trasladado por motivos laborales: primero Lugo, después Vigo, pasarían incluso quince meses en Guatemala, y se instalarían definitivamente en Madrid, ya en los años 60.
La década de los 40 es cuando la pintora obtiene los más importantes éxitos de su carrera profesional. Tras haber sufrido la pérdida de un hijo nonato, y refugiada una vez más en la casa familiar, pinta la que probablemente es su obra más señalada: La escuela de Doloriñas. Se trata de una gran tabla de formato cuadrado que representa a la maestra del pueblo rodeada de sus pupilos, un grupo de niños de diferentes edades. La complejidad compositiva de las figuras dispuestas en aspa, la riqueza de matices en los ocres a pesar de la aparente monocromía, o los retratos de cada uno de los personajes son algunas de las cualidades a destacar de la obra, donde Minguillón demostró su dominio de la técnica pictórica. El cuadro fue galardonado con la primera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1941, siendo esta la única ocasión en la historia del certamen que se le confiere tal distinción a una mujer. La pieza es hoy considerada una de las obras emblemáticas de la pintura gallega.
En 1945 tuvo lugar su primera exposición individual en el Círculo de Bellas de Artes de Madrid. Esa misma institución le otorgó el Gran Premio del Círculo de Bellas Artes en 1948 por su obra titulada Juventud, una bucólica escena campestre protagonizada por una decena de muchachas en distintas actitudes a caballo entre la toilette y el recreo. Para rematar los éxitos de la década, al año siguiente fue nombrada miembro de la Real Academia Gallega.
En 1964, gracias la primera medalla que tenía en su haber, optó con su obra Agonía a la medalla de honor de la Exposición Nacional de ese año, aunque el premio quedó desierto. Su salud se encontraba debilitada ya entonces debido a un linfosarcoma, y falleció al año siguiente, dejando una producción de retratos, autorretratos, cuadros de composición y paisajes que demuestran su querencia por los asuntos familiares y cotidianos y por una figuración de base tradicional, pero sin renunciar a explorar ciertos caminos más novedosos que le llevaron a jugar con el impresionismo en sus paisajes o con el realismo de acento moderno en sus figuras.
MAE, Inés Escuero Gruber, agosto 2021
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