Sajonia, Amalia María, princesa de

 

Pillnitz, Alemania, 1794 – Dresde, Alemania, 1870

 

Académica de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, pintora aficionada y amante de la música.

 

 

Vicente López Portaña, Amalia María de Sajonia, 1825. Palacio Real de Madrid.

Sajonia, Amalia María

 

La princesa Amalia de Saxonia fue nombrada académica de honor y de mérito, el 23 de abril de 1825, en la Academia de San Carlos de Valencia, según consta en el Libro de individuos de la entidad. No figura que entregara ninguna obra, ni en ese momento ni con posterioridad, por lo que el título probablemente fue una forma de agasajar a la ilustre dama durante su estancia en la ciudad de Valencia, de regreso a su Sajonia natal. Amalia era la hermana mayor de la reina María Josefa Amalia de Sajonia Borbón-Parma (1803–1829), tercera esposa del rey de España Fernando VII (1784–1833). La princesa de Sajonia pasó la mayor parte de su vida en el Palacio de Pillnitz, cerca de Dresde (Alemania) capital del reino sajón, donde nació el día 10 de agosto de 1794. Era la hija mayor del príncipe Maximiliano de Sajonia y de Carolina de Borbón-Parma. Al igual que su hermana, Amalia María fue una mujer culta con inquietudes intelectuales, sobresaliendo por su gran formación musical que desplegó como intérprete y compositora. Contó con los mejores profesores de música de la época como Franz Anton Schubert, Vincenzo Rastrelli, Johann Miksch y Carl Maria von Weber. En 1811 comenzó a escribir música y compuso numerosas óperas, música de cámara y música sacra, además, cantaba y tocaba el clavicordio. La invasión napoleónica desplazó de su residencia a la familia, que durante un tiempo tuvieron que mezclarse con el pueblo. Esto permitió a la princesa el contacto con una cultura alejada del mundo intelectual de la Corte. Amalia escribió óperas cómicas que alcanzarían gran popularidad en Dresde.

En un ambiente muy diferente se educó su hermana la reina María Josefa Amalia, era la menor de los siete hijos del príncipe Maximiliano y había quedado huérfana con solo tres meses de edad. Desde los cinco años se educó en un colegio de monjas en su Dresde natal, hasta que fue concertado su matrimonio con el rey de España tras morir la segunda esposa de este, Isabel de Braganza. En septiembre de 1819, se firmaron en Dresde los esponsales y el 20 de octubre de ese mismo año fueron ratificados en Madrid. María Josefa era también una mujer culta que despertó el interés de su esposo. Fernando VII apreció a la reina con quien compartió un momento convulso de la historia de España, el Trienio Liberal y también los primeros años de la llamada Década Ominosa. Aunque ella se mantuvo alejada de la política, enfrascada en su profunda religiosidad, las obras de caridad y sobre todo en la escritura. Se conocen sus diarios manuscritos y llegó a publicar poesías en castellano –idioma que aprendió con asombrosa rapidez–, junto a su alemán de origen y el francés con el que se desenvolvió inicialmente en la Corte española. La incapacidad de la pareja para concebir llevó a numerosos médicos a palacio y la reina tuvo que pasar largos periodos en balnearios, pero el esfuerzo fue inútil y murió con tan solo veinticinco años sin descendencia.

Durante sus años como soberana consorte (1819-1829), María Josefa vivió los altibajos de a política fernandina. El rey tras permanecer exilado en Valençay durante la ocupación francesa había retornado en 1814 como rey constitucional. Sin embargo, Fernando VII no firmó la Constitución de 1812 ni siguió lo marcado por las Cortes, sino que se dirigió a Valencia, desde allí el rey y su círculo iniciaron un dispositivo propagandístico destinado a controlar a los constitucionalistas. El 4 de mayo de 1814 firmó en Valencia el decreto que suprimía la Constitución y, tras ser encarcelados los diputados liberales, el rey llegó a Madrid aclamado por la multitud. Hasta 1820 actuó como rey absoluto, si bien no pudo reinstaurar completamente el Antiguo Régimen por las presiones liberales. En 1819 se casó con María Josefa Amalia y el 1 de enero de 1820 tuvo lugar el pronunciamiento de Riego a favor de la Constitución de 1812. Aunque parecía que los absolutistas podrían controlar la situación varias ciudades se sumaron a la rebelión y Fernando se vio obligado a aceptar el constitucionalismo por primera vez, iniciándose el Trienio Liberal. Pero al rey le incomodaba la situación y emprendió acciones para eliminar la Constitución, como el golpe de Estado fracasado en el que estuvo implicada la familia real. Mientras tanto las potencias de la Santa Alianza, reunidas en Verona en 1822 decidieron usar la fuerza militar en su ayuda. En enero de 1823 el rey francés envió a España el ejército, los «Cien Mil Hijos de San Luis» con el duque de Angulema al mando. A pesar de la resistencia constitucional las Cortes de Cádiz se rindieron y Fernando VII firmó un decreto prometiendo el perdón general por lo ocurrido, pero al salir de Cádiz se reunió con el duque de Angulema en el Puerto de Santa María y derogó la Constitución, desencadenándose una persecución de los partidarios del régimen constitucional. El 13 de noviembre de 1823, el soberano entró de nuevo en Madrid inaugurando una época de represión y ausencia de libertad. En 1827 tras sofocar algunos sectores insurrectos su imagen quedó muy dañada y para recuperar su popularidad inició un viaje a Cataluña. Tras unirse con su esposa en Valencia donde permanecieron hasta el 19 de noviembre continuaron un viaje que les llevaría por el norte de España hasta agosto de 1828. Durante ese viaje la reina escribió su segunda novela.

La primera la inició en 1821 en la tranquilidad de La Granja, el palacio que más le agradaba a la reina, donde desarrolló su actividad literaria, poesías y descripciones detalladas en su diario. Fue entonces cuando comenzó la redacción de las supuestas cartas a su hermana Fernandina, María Fernanda de Sajonia, duquesa de Toscana, publicadas en 1822 con el beneplácito del rey. Se trata de la novela epistolar Cartas de la reina Witina a su hermana Fernandina que, tal como afirma López-Cordón en su texto, debió basar en su verdadera correspondencia. A pesar de las alusiones a cuestiones familiares o recuerdos infantiles, la finalidad era narrar y reflexionar sobre la situación española. Cinco epístolas escritas entre 1821 y 1822, que tratan de acontecimientos inmediatamente anteriores. «El espíritu de observación y soledad son los dos rasgos con que se caracteriza Witina». La reina en la voz de Witina alude a un país que le sorprende por «la desenvoltura de las mujeres y la escasa distinción de jerarquías […] Se trata de un país de contrastes, donde el pueblo […] no solo es intolerante en materia religiosa, sino que está convencido de que los hombres de otras creencias son irracionales, sin ocurrírseles que son ilustrados». Pero narra igualmente los acontecimientos históricos y rebeliones desde la visión de una mujer que es espectadora y partícipe junto a su esposo de la represión liberal.

La visita a España de su padre, el príncipe Maximiliano, junto a su hija la princesa Amalia de Sajonia (hermana mayor de la reina), se produce durante una cierta normalidad tras la intervención del ejército de la Santa Alianza y la recuperación del poder absoluto del rey en noviembre de 1823. Los ilustres visitantes permanecieron en la Corte entre el 3 de diciembre de 1824 y el 19 de abril de 1825. Los fastos con los que fueron agasajados durante su visita quedaron plasmados en la litografía de la vista del Patio de los Reyes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, diseño de Fernando Brambila para la serie de la Colección de los Reales Sitios. Maximiliano es recibido con honores de infante de España desfilando bajo palio junto a los monjes jerónimos ante una parada militar con guardias reales de infantería y fuerzas de artillería. Asimismo, durante su estancia, tanto la hermana de la reina como su padre fueron retratados en 1825 por el pintor de cámara Vicente López Portaña (1772-1850) en los dos lienzos: El príncipe Maximiliano de Sajonia y Ana María de Sajonia del Palacio Real de Madrid911. Tras permanecer varios meses en la Corte, el 20 de abril de 1825 abandonaban Madrid de vuelta a su residencia alemana, rumbo a Valencia y Barcelona, y desde allí a Perpiñán. El día anterior, el monarca había expedido un «Real Decreto sobre la conservación y rigurosa observancia de las leyes fundamentales y las demás de la monarquía española». Durante su escala en la ciudad de Valencia fueron sobradamente cumplimentados, como narraba el capitán general de Valencia y Murcia en su parte «muy circunstanciado al ministro de Guerra, describiendo el tránsito de SS. AA. RR. el príncipe Maximiliano y su augusta hija por el territorio de ambas provincias».

El 22 de abril, el padre y la hermana de la virtuosa reina entraban en Valencia por la puerta de San Vicente, una numerosa concurrencia de gentes acudió a tributar homenaje al amor y veneración que profesaban a su soberano. Los voluntarios Realistas perfectamente armados y uniformados venían dando escolta de honor a los ilustres personajes. Nada más entrar se anunció su llegada con vuelo general de campanas y salvas de artillería. Todas las fachadas de las casas y edificios públicos del recorrido estaban adornadas con «primorosas colgaduras». Las brillantes tropas de la guarnición y los voluntarios Realistas desfilaron en columnas de honor por delante del palacio donde se alojaron. Frente al cual dispusieron «un vistoso templete con varias estatuas y emblemas que simbolizaban las virtudes de SS. AA.», por la noche se encendió un castillo de fuegos artificiales que por orden del Ayuntamiento se había dispuesto en la plaza de la Aduana, al que asistieron los ilustres viajeros. A la mañana siguiente visitaron la catedral y establecimientos públicos.

Por la tarde se celebró la magnífica procesión de San Vicente Ferrer suspendida por su recepción, después salieron hacia el puerto y muelle del Grao, cuyas obras admiraron. Pero lo que más sorprendió a sus altezas «fue el ver en el jardín del Real lo cargados que estaban los naranjos de fruto, del cual cogieron y aún se dignaron probar». Por la noche asistieron al teatro que estaba vistosamente adornado e iluminado. No se produjo el más mínimo disturbio según la narración del capitán, «a pesar de los 150 y más forasteros que se agregaron a los 1.000 habitantes de esta ciudad». El día 24 por la mañana salieron de Valencia, los voluntarios Realistas fueron relevados en Almenara por los de Villarreal y en Vinaroz les esperaba el capitán general de Cataluña que los acompañó hasta Barcelona.

Así pues, el día 23 de abril de 1825 fue cuando los académicos de San Carlos acordaban otorgar el título de académica de honor y de mérito durante la visita que sus altezas, en la mañana de ese día, realizaron al establecimiento valenciano de las Bellas Artes. Como ya hicieran con la reina María Luisa de Borbón en 1808, Amalia María de Sajonia tampoco necesitó enviar una obra para ser admitida, su afición a las artes era por todos conocida. Sin embargo, la Academia de San Carlos recibió pocos años después un dibujo original firmado por su hermana la reina María Josefa Amalia. La donación la remitió el pintor de cámara Vicente López junto a varias academias realizadas por él mismo, y otras piezas al pastel de su hijo Bernardo, además de tres academias y cuatro cabezas del infante Don
Luis. La Junta recibió el 20 de marzo de 1831 con el aprecio debido «la obra hecha por la Real Mano de la virtuosa difunta Reyna, que acordó se colocara en el Dosel de la Sala deJuntas», dando orden de que se dieran las debidas gracias al señor López por tan estimable donación que mostraba su «singular afecto y zelo por la Academia».

Un aprecio manifestado directamente por reina difunta cuando visitó Valencia en 1827 de camino a Cataluña junto a su marido. Se hospedaron en el palacio de la Capitanía General acondicionado para la pareja. El rey había salido al camino a encontrarse con su esposa, y juntos entraron a la ciudad a la una de la tarde por la puerta de San Vicente que estaba decorada. El estruendo de las salvas de artillería se mezclaba con el repique de campanas, las colgaduras de seda adornaban las fachadas de las casas, la gente corría de un lado a otro para ver a los monarcas, «un espectáculo más interesante y más digno de admiración que las entradas triunfales más solemnes de los antiguos emperadores y reyes». En esa visita los académicos de San Carlos tuvieron ocasión de agasajar a la reina con un «Florero de cera coloreada» que causó la admiración de la pareja real. Asimismo, dentro de la retórica visual del absolutismo fernandino, también la imagen de la reina María Josefa Amalia fue estratégica, como afirma Ester Alba en su estudio. Anverso especular del monarca, los poderes se afanaron en ofrecer una imagen ejemplar de la reina con la que identificar la institución monárquica muy cuestionada por los liberales. El perfil reservado y piadoso de la reina fue instrumentalizado por el poder político en los talleres de los pintores cortesanos, como símbolo de una monarquía que rechazaba el mal.

MAE, Mariángeles Pérez-Martín, diciembre 2022

 

Pérez-Martín, Mariángeles. Ilustres e ilustradas. Académicas de Bellas Artes en España, ss. XVIII-XIX. Valencia, Tirant lo Blanch, 2020.

LA PARRA LÓPEZ, Emilio. “Biografía de Fernando VII de Borbón (1808-1833)”. BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE
CERVANTES (en línea). En: www.cervantesvirtual.com (Fecha de consulta 25-XI-2018)

QUERALT DEL HIERRO, María del Pilar. “María Josefa Amalia de Sajonia”. REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA (en línea).
En: http://dbe.rah.es (Fecha de consulta 23-XI-2018).

 

 

ARASC. Libro de Individuos desde su creación 1768-1847, p. 3.

THE NEW YORK TIMES. “The Princess Amalie of Saxony and Napoleon”, 13-V-1883 (en línea). En: www.nytimes.
com (Fecha de consulta 20-VIII-2018).

Mercurio de España, 1825, p. 272.

Gazeta de Madrid, 10-V-1925, nº 56, p. 223-224.

 

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