Osorio y de la Cueva, María Pilar
¿?, 1790 – Madrid, 1862
Académica de mérito por la pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, tras presentar un dibujo de Homero.
María Pilar Osorio y de la Cueva, Homero, 1819. Dibujo, lápiz negro sobre papel verjurado, 478 x 345 mm. Museo de Bellas Artes de València.
Osorio y de la Cueva, María Pilar
Entre las damas de ilustre familia que solicitaron su ingreso en la Academia de San Carlos se encuentra esta pintora que, el 17 de julio de 1819, remitía desde Valencia un oficio al secretario de la entidad, adjuntando la «obrita de dibujo» que había concluido ese día. En su escueto escrito solicita a la Junta le «dispense la honra de admitirla en obsequio de [su] adhesión a las nobles artes, cuya fineza será un poderoso motivo para [su] gratitud, y un nuevo estímulo para procurar [sus] adelantamientos». Reunida la Junta ordinaria al día siguiente, el director general y los demás profesores la creaban por aclamación académica de mérito en la clase de pintura y daban orden de expedir el correspondiente diploma. Según consta en el acta, el dibujo era «copia de la estampa que representa a Homero» y fue entregado junto con otros «varios dibuxos que ha executado, ofreciendo el primero», tal como decía en su memorial.
A pesar de la escasa repercusión crítica que tuvo su nombramiento académico, su obra sí se ha conservado. Además, la autora escribió su nombre al pie del dibujo y la fecha en la que lo ejecutó, por lo que actualmente está identificado entre las piezas de la colección académica custodiada por el Museo de Bellas Artes de Valencia. El Catálogo de dibujos del Museo hace una breve descripción de la obra pero sin aportar ningún dato de la autora, ni tampoco sobre cuál era esa estampa copiada, según se decía en el acta. En realidad, el dibujo guarda una gran similitud con la estampa Homère grabada en 1816 por Jean-Baptiste-Raphaël-Urbain Massard (1775-1843). El grabador reprodujo en esta obra una pintura de inspiración clásica Homero ciego, que realizó François Gérard (1770-
1837) en 1814. Y, según relató el primer biógrafo de Gérard, la pintura había sido destruida por el artista, por lo que el grabado de Massard sería el único testimonio del original.
La imagen es una recreación de otro lienzo del mismo pintor, Belisario, 1797, en el Getty Museum. Ambas obras se insertan en la línea del neoclasicismo que retoma personajes bíblicos o de la tradición clásica con fines moralizantes, tan del gusto de la época. La pieza que presentó Pilar Osorio es una reproducción fidedigna de la estampa de Massard, que demuestra la buena mano de la académica. La elección de esa imagen nos revela el gusto de la autora, una mujer al tanto de las novedades internacionales del arte y, además, con acceso a una estampa que apenas hacía tres años se había grabado en Francia. La estampa de Massard apareció unos años después, en 1880, en la revista La Ilustración española y americana acompañando un artículo sobre Homero. No tenemos noticias de quién pudo ser su maestro de dibujo, si es que lo tuvo, pero dado su alto linaje es bastante probable que recibiera una educación exquisita y tuviera como instructor de dibujo a alguno los mejores maestros de la época. De hecho, el padre de María del Pilar era un hombre interesado por el arte y desde 1805 era académico de honor de San Carlos.
Felipe Carlos Osorio Castellví, VI conde de Cervellón, marqués de Nules y Quirra, de Villatorcas, señor de otros muchos Estados, y grande de España, nació en el
Real Sitio de San Ildefonso el 19 de octubre de 1758. El cardenal patriarca de las Indias lo bautizó en pompa en el Real Palacio de Madrid, su madrina fue la reina Isabel de Farnesio. El VI conde de Cervellón sirvió en el Real cuerpo de Guardias Españolas, fue coronel del regimiento de la Corona, teniente general del ejército y capitán general de los reinos de Valencia y Murcia, caballero gran cruz de Carlos III y comendador de Castilla en la de Alcántara. Se casó el 21 de noviembre de 1789 con María Magdalena, hija de Miguel José de la Cueva y de Cayetana de la Cerda, XIII duques de Alburquerque. En octubre del año siguiente nació la primogénita, María Pilar. La familia residía en la calle del Prado de Madrid en 1794. Su hermano Felipe María nació en Madrid el 27 de junio de 1795 y al morir su padre el 24 de octubre de 1815 heredaría todos los títulos familiares.
Felipe María Osorio de la Cueva Castellví la Cerda Coloma Mercader y Carroz, VII conde de Cervellón, de Elda, de Anna, de Siruela y de la Pezuela de las Torres, marqués de Nules, Villatorcas, Noguera y la Mina, señor de muchos lugares de España y de las baronías del marquesado de Quirra en el reino de Cerdeña. Dos veces grande de España, fue gentilhombre de cámara de Fernando VII y de su hija Isabel, gran cruz de Carlos III, maestrante de Valencia, y senador del Reino. Contrajo matrimonio el 26 de noviembre de 1821 con Francisca Gutiérrez de los Ríos, duquesa de Arco, de Fernán Núñez y de Montellano, marquesa de Castel Moncayo y cuatro veces grande de España. Tuvieron dos hijos, pero Vicente murió a los pocos meses, quedando como única heredera María del Pilar Loreto Osorio y Gutiérrez de los Ríos que nació el 10 de diciembre de 1829.
Los historiadores Joaquín Ezquerra y Luis Bueno la eligieron para incluirla en la categoría de «nobleza» en sus Retratos de mujeres españolas del siglo XIX, pues fue III duquesa de Fernán Núñez y heredera de ilustre casa de Cervellón. Se casó en Madrid el 14 de octubre de 1852 con Manuel Falcó de Adda y Valcárcel, marqués de Almonacir, hijo del Príncipe Pío de Saboya, según los autores la duquesa estaba «entonces conceptuada como el más ventajoso partido de la Corte» y sin duda lo era por su gran fortuna y «timbres nobiliarios». En Valencia, la familia poseía el espléndido Palacio de Cervelló, actual sede del Archivo Municipal de Valencia fue construido en el siglo XVIII por los condes de Cervelló, señores de Oropesa, está ubicado frente al convento de Santo Domingo en la plaza de Tetuán. Del edificio de estilo neoclásico solo se mantiene la fachada con dos pisos de balcones que flanquean unas torres a ambos lados. Uno de los palacios más emblemáticos de la ciudad, pues al ser derribado el Palacio Real en 1810, se convertiría en residencia oficial de los monarcas en sus visitas a la ciudad. Allí fue recibido Fernando VII en su retorno a España en 1814 con arcos de triunfo, alegorías y retratos del rey. Allí se firmó el decreto que derogaría la Constitución de 1812 disolviendo las Cortes. Allí, en 1840 abdicaría su esposa la regente María Cristina. Y allí ocurrió durante la ocupación francesa un episodio en el que se vio implicada la hija del conde de Cervellón, según narra el conde de Toreno en su Historia del levantamiento. Durante la invasión francesa «los naturales de Valencia activos e industriosos, pero propensos al desasosiego y a la insubordinación, no era de esperar que se mantuvieses impasibles y tranquilos, ahora que la desobediencia a la autoridad intrusa era un título de verdadera e inmarcable gloria».
El 23 de mayo tras recibir la Gaceta de Madrid con las renuncias de la familia real, las gentes del pueblo que solían reunirse en la plazuela de las Pansas escucharon en la voz del Palleter el famoso grito: ¡Viva Fernando VII y mueran los franceses! Corrió como la pólvora y en la plaza de santo Domingo arreció el tumulto. La furia de los amotinados tomó de caudillo al padre Juan Rico, un franciscano fervoroso y elocuente capaz de controlar a la plebe e impedir que se enervase en exceso. Rico fue llevado a hombros al lugar donde se celebraban las sesiones del gobierno, allí tras debatir acaloradamente las autoridades claudicaron con las exigencias del pueblo y se nombró general en jefe del ejército que iba a formarse al conde de Cervellón. Las autoridades sometidas decidieron dar parte a Madrid pidiendo tropas para que las protegiese, el pueblo ignorante de la doblez se retiró a sus casas. Rico receló tras las propuestas de soborno del arzobispo y se preparó otro motín la mañana siguiente. El franciscano durmió en la plaza de Tetuán y muy temprano le visitó el capitán Moreno, el cual tenía amistad con personas de gran influjo en el pueblo y la huerta, los Beltrán de Lis que «atizaban el fuego encubierto y sagrado de la insurrección». Moreno y Rico pretendían apoderarse de la ciudadela. «Un impensado incidente estuvo entre tanto para envolver a Valencia en mil desdichas. La serenidad y valor de una dama lo evitó felizmente». El pueblo había insistido en que se leyese el correo que iba a Madrid, la valija fue transportada a casa del conde de Cervellón, y nada más comenzar el registro toparon con el pliego que era duplicado del parte de las depuestas autoridades pidiendo auxilio, «viendo la hija del conde, que presenciaba el acto, la importancia del papel, con admirable presencia de ánimo al intentar leerle le cogió, rasgole en menudos pedazos, e imperturbablemente arrostró el furor de la plebe amotinada. Esta si bien colérica, quedó absorta, y respetó la osadía de aquella señora que preservó de muerte cierta a tantas personas» para Toreno, una acción digna de «eterno loor». La hija del conde era María Pilar Osorio.
En ocasiones, María Pilar Osorio ha sido confundida con su sobrina, María Pilar Loreto Osorio, III duquesa de Fernán Núñez, que en 1859 le cedió el título de marquesa de Noguera, que la tía había reclamado al morir su hermano. La marquesa de Noguera permaneció soltera y convivió con la familia de su hermano, VII conde de Cervellón, en el palacio de Fernán Núñez de la madrileña calle de santa Isabel. Uno de los mayores lugares de sociabilidad de época isabelina, cuyos famosos chocolates frecuentaron aristócratas, políticos, poetas y artistas. En su majestuoso salón se celebraron multitud de bailes de máscaras a los que asistían las damas más elegantes de la ciudad. De hecho, la hermana del conde de Cervellón disponía de una cuenta de «gastos para ropa y alfileres». El Archivo Histórico de la Nobleza conserva la correspondencia de la marquesa de Noguera y numerosos documentos de poderes otorgados por ella para gestionar las abundantes propiedades que tenía y explotaba por toda la geografía española.
Una de sus posesiones en explotación era la dehesa de la Pulgosa, en Jerez de los Caballeros, Badajoz, cuando salió a remate el arriendo «a pasto, bellota y labor» de la citada finca, los pliegos de condiciones para la doble subasta estaban en Madrid en las oficinas del duque de Fernán Núñez, calle de Santa Isabel, 42 y 44, que era su residencia. La marquesa de Noguera también tenía acciones de la Compañía de Diligencias de Postas Generales. Además, como era frecuente en las damas aristócratas de la época, María del Pilar Osorio se dedicó a las obras de caridad y financió conventos y oficios religiosos, prueba de ello es la noticia en prensa que anunciaba «la indulgencia plenaria de Cuarenta Horas en la iglesia de Santo Tomás», cuya misa costeaba ese día la marquesa de Noguera y predicaba el «cura párroco de Baldemoro».
María del Pilar Osorio también fue una mujer de mundo, en 1856 obtenía del Montepío militar seis meses de licencia para viajar al extranjero. Quizá fuera a París a visitar a su sobrina, pues su esposo fue allí embajador de España. María del Pilar Osorio y la Cueva falleció en Madrid el 21 de enero de 1862, «sus sobrinos, los demás parientes, testamentarios y amigos» la recordaban con una misa aniversario en la real iglesia del colegio de Santa Isabel, próxima a su residencia. A su muerte instituyó por heredera de los numerosos bienes y joyas que poseía a su sobrina la duquesa de Fernán Núñez. En la reseña de las alhajas de su testamento, otorgado en Valencia el 3 de octubre de 1860, el diamantista Félix Samper valoraba sus joyas, 19 piezas tasadas por la cantidad total de 135.530 reales de vellón. La partida más cara eran tres alfileres corsag de brillantes cuyo importe ascendía a 32.000 reales. Sortijas de brillantes y esmeraldas, diamantes, rubíes, topacios, aretes de brillantes, broches de perlas, brillantes y cristales verdes y morados. Un collar de tres hilos de perlas que valía 11.000 reales, otro de ocho hilos con broche de perlas y brillantes por 16.000, pulseras de perlas y amatistas. Y un fastuoso collar de un hilo de brillantes con 62 chatones y colgantes tasado en 57.000 reales por el experto. Además, varios papeles con gemas sin engarzar.
Sin duda, sus joyas mostraban su sofisticado gusto artístico forjado en un ambiente culto e internacional. Probablemente, María del Pilar Osorio y de la Cueva continuó pintando en su entorno particular, con medios a su alcance con los que seguir ejercitándose en su afición. Pero no dejó pasar la oportunidad de obtener el preciado título de académica de mérito que tantas jóvenes anhelaron, incluso las más ilustres aristócratas.
MAE, Mariángeles Pérez-Martín, diciembre 2022.
Pérez-Martín, Mariángeles. Ilustres e ilustradas. Académicas de Bellas Artes en España, ss. XVIII-XIX. Valencia, Tirant lo Blanch, 2020. GARÍN ORTIZ DE TARANCO, Felipe María. La Academia Valenciana de Bellas Artes. El movimiento |
ARASC. Legajo 72/3/27. “Carta de María del Pilar Osorio y la Cueba”. Valencia, 17-VII-1819. ARASC. Libro de actas de la Real Academia de San Carlos 1813-1821. “Junta ordinaria en 18 de julio de |
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