Santos Torroella, Ángeles
Portbou, Girona, 1911 – Madrid, 2013
Pintora precoz de desbordante talento, Ángeles Santos es autora de algunas de las obras fundamentales de la plástica contemporánea española. Partícipe, sin saberlo, del movimiento de los nuevos realismos y la Nueva Objetividad, Santos creó de forma prodigiosa una enorme producción que la encumbra como una de las artistas más atractivas e interesantes de nuestro siglo XX.
Autorretrato, 1928, MNCARS
Santos Torroella, Ángeles
La vida y la obra de Ángeles Santos están marcadas por la genialidad de un talento inconmensurable y las dificultades para canalizarlo. Su trayectoria vital y artística dibuja un perfil de altibajos, y recorre caminos de encuentros y desencuentros con su propia personalidad y su arte, que solo en la madurez plena llegó a estabilizarse.
Ángeles Santos nació en Portbou, Girona, siendo la primera de los ocho hijos que tuvieron el salmantino Julián Santos Estévez y Aurèlia Torroella Rodeja, natural de Portbou. La ocupación de su padre como inspector de aduanas les obligaba a trasladarse a menudo, por lo que la infancia de la pintora se desarrolló en diversos lugares hasta llegar a Valladolid ya en la adolescencia, con quince años.
En la ciudad castellana será donde Ángeles Santos pueda dar rienda suelta a su creatividad y su talento, ya advertido por una de sus profesoras. Su padre contrató entonces los servicios del artista italiano Cellino Perotti, ocupado en la restauración de obras en la ciudad del Pisuerga.
Ángeles Santos pinta sus primeros cuadros en el verano de 1928. Un paisaje y varios retratos que anuncian un vínculo con la nueva figuración realista que se estaba produciendo en Europa por aquel entonces, aunque mostrando tipos de acento español, como El tío Simón. Trabaja con formatos grandes y concibe obras de una brutal honestidad sin guiarse por nada más que por su instinto.
De regreso en Valladolid participa en una muestra de la Academia de Bellas Artes con sus recientes creaciones y obtiene un diploma de tercera clase. Francisco Cossío convencerá a la familia para permitir que la precoz pintora abandone los estudios y se dedique por entero al arte. Su padre se convirtió en su acompañante de viajes y visitas a museos como El Prado, donde admiraban al Greco, el Bosco y a Goya, y en las tertulias adultas donde ella tomaba contacto con revistas como Cahiers d’Art y libros como el de Franz Roh sobre los nuevos realismos.
Pinta su primer Autorretrato en 1928, emparentado con la tendencia europea de la Nueva Objetividad, donde se muestra con una mirada penetrante, anuncio de la grave introspección que volcará en su obra en los siguientes meses. Comienza para la pintora una época de trepidante creatividad que, casi de forma obsesiva, le lleva a trabajar sin descanso produciendo una gran cantidad de obras en las que se evidencia su gigantesca evolución artística hasta el punto de que Francisco Cossío, a raíz de la primera individual de la artista en el Ateneo vallisoletano en la primavera de 1929, se pregunta si la autora, con tan solo diecisiete años, ya ha recorrido todo el camino (Casamartina, 2003, 30).
En sus obras de esa época asoma una inquietante oscuridad. Emanan desolación, ensimismamiento… son escenas de un cromatismo atenuado, incluso sucio, ubicadas en ambientes siniestros, imágenes de una extrañeza que habla del interior atormentado de su autora y que se insertan en los parámetros de un surrealismo simbolista y de un expresionismo auténtico, de creación propia.
Santos pinta entonces la que será su obra más famosa y toda una revelación en el panorama plástico de finales de los años 20: Un mundo. La obra se presentó en el madrileño IX Salón de Otoño y el impacto fue tremendo. El descomunal lienzo se insertaba, sin saberlo su autora, en la tendencia del surrealismo, mostrando un fuerte componente onírico y místico basado en la experiencia de la propia pintora, que había plasmado en su peculiar mundo cúbico los lugares de su vida: su amado Portbou natal como lugar de recreo estival, su presente en Valladolid y su interminable periplo por la geografía nacional, al tiempo que la poesía de Juan Ramón Jiménez alentaba algunos elementos que luego ella transformaba.
Esta “pintora de imaginación”, como la calificó Juan de la Encina equiparándola a Goya (Casamartina, 2003, 45), recibió la atención de lo más granado del arte contemporáneo. Así comenzó su amistad epistolar con Ramón Gómez de la Serna y continuó su reconocimiento con la celebración de otras exposiciones como la individual del Lyceum Club Femenino en 1929 y la propuesta de la dedicación en exclusiva de una sala especial en la siguiente edición del Salón de Otoño.
Tras el éxito madrileño, Ángeles Santos se aferra con más fuerza a la actividad de pintar. El contacto con el mundo artístico a tan corta edad y su enorme potencial creativo la han hecho madurar súbitamente y ya no encuentra más que angustia por no poder satisfacer sus impulsos creadores e intelectuales. Entra entonces en conflicto con su propia familia y se aísla de todo y de todos, un choque que se refleja en obras como Cena familiar, de 1930. La obsesión enfermiza por la pintura y el malestar que padecía la llevaron a sumergirse una noche en el río, lo que causó gran alarma en su familia que decidió ingresarla en un sanatorio en Madrid.
Desde ese momento la artista deja de pintar por un tiempo y se dedica a recuperarse. Pero las obras que había pintado en los meses anteriores seguían cosechando éxitos y formando parte de muestras internacionales. “No hay un solo cuadro banal en todo cuanto expone Ángeles Santos” escribía Manuel Abril a raíz de la treintena de piezas que acogió su sala individual del X Salón de Otoño (Prado, 2003, 57), en la que la artista fue la gran ausente.
Tras residir en San Sebastián, la familia Santos Torroella se instala en Cataluña. Allí Ángeles Santos conoce al pintor Emilio Grau Sala, artista alegre, de modernidad moderada. Entusiasmada por el colorido y la bondad de la obra de Grau Sala, decide romper con su triste obra del pasado y la repudia, llegando a tapar algunas de sus creaciones más inquietantes y a quemar las cartas intercambiadas con Gómez de la Serna en las que vertía su tormento. Y vuelve a pintar, decantándose por una pintura amable e intimista.
Los artistas contraen matrimonio en 1936, y al estallar la Guerra Civil se refugian al sur de Francia. Pero sus caminos se separan muchos años: él marcha a París y ella regresa al hogar familiar, esta vez en Canfranc, donde nace su hijo Julián.
En los años de posguerra su actividad artística es discreta, ya siempre alejada de las enigmáticas creaciones de los años 20. Realiza algunas exposiciones en galerías de Barcelona y Madrid que tienen una acogida templada. De nuevo en Barcelona, y quizás desmotivada por la escasa repercusión que sus obras generaban entonces, volvió a dejar de pintar. Será a comienzos de los años 60 cuando, una vez más, el encuentro con Emilio Grau Sala, entonces reencuentro, hará que Ángeles Santos recobre las ganas de crear. Su hijo, además, ha estudiado pintura, y también le alentará.
Durante esa década algunas de las obras de la etapa vallisoletana de Santos volvieron a exhibirse, y lo hicieron en Barcelona, donde se produjo su redescubrimiento y su merecido reconocimiento. Con el paso del tiempo, esta dotadísima creadora supo sacudirse su profunda tristeza y abrazar una nueva forma de pintar y de vivir en calma y armonía consigo misma y con los demás. Ángeles Santos no dejó de pintar ya nunca más, hasta su fallecimiento en 2013.
MAE, Inés Escudero, abril 2021.
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